Sinopsis
Tras el estallido del 2 de mayo en Madrid contra la invasión francesa, varias ciudades españolas declararon la guerra a napoleón.
Ángeles de Irisarri recrea en esta novela el día a día de la guerra muros adentro de la ciudad a través de diez mujeres, unas reales, otras imaginarias, que representan a todas las clases sociales y que, al grito de “Vencer o morir”, fueron capaces de tomar las armas y hasta de disparar cañones.
Ángeles de Irisarri recrea en esta novela el día a día de la guerra muros adentro de la ciudad a través de diez mujeres, unas reales, otras imaginarias, que representan a todas las clases sociales y que, al grito de “Vencer o morir”, fueron capaces de tomar las armas y hasta de disparar cañones.
Agustina de Aragón, conocida como la Artillera, junto a la condesa de Bureta, Manuela Sancho, Casta Álvarez, María Lostal, María Agustín y la madre Rafols sobrevivieron en una ciudad en la que el cronista Casamayor escribió que los atacantes “más parecían Nerones que franceses”, en la que el último muerto dejaba enseguida de ser último en una sucesión aterradora.
Estas mujeres y otras, y otros muchos hombres, sin nada que llevarse a la boca y rodeados de muertos, pues la peste hizo acto de presencia en Zaragoza en lo más crudo del invierno y del combate, quedaron inscritas con letras de oro en la Historia de España por sus heroicos hechos en defensa de la libertad.
Estas mujeres y otras, y otros muchos hombres, sin nada que llevarse a la boca y rodeados de muertos, pues la peste hizo acto de presencia en Zaragoza en lo más crudo del invierno y del combate, quedaron inscritas con letras de oro en la Historia de España por sus heroicos hechos en defensa de la libertad.
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La crónica que asoló la ciudad de Zaragoza vista desde el punto de vista de diez mujeres, que aun siendo diferentes entre sí, se unieron dejando atrás su condición social para luchar juntas en una causa común que les tenía reservado un hueco en la historia. El día a día de sus anhelos y sus desdichas nos son reflejados con grandes dosis de intriga y de misterio gracias al buen hacer de su autora, que no escatima en reflejar sus pequeñas historias, sus padecimientos y toda la suerte de aventuras que tuvieron que correr con el único fin de retrasar hasta el infinito las incursiones de los franceses.
También tuvieron que aliarse y luchar desde dentro contra los afrancesados establecidos en las logias masónicas y soportar a quienes, como siempre, se creían con más derechos por la simple razón de ser hombres. Pero estas diez mujeres, y muchas más, contribuyeron tanto o más que ellos a desesperar a los ejércitos incapaces de dominar a una población unida como ninguna para conseguir la libertad.
A los ecos de la revuelta del 2 de mayo en Madrid, y sin saber quien reinaba en España o a que constitución hacer caso, el pueblo sólo quería como capitán general y único referente de confianza a Palafox, al cual esperaban de su regreso de Bayona donde había acompañado al rey Fernando VII. Mientras, las primeras divisiones de opinión se iban fraguando en tabernas, asambleas o tertulias en medio de la calle, entre los que estaban dispuestos a abrir las puertas y los que querían imitar al alcalde de Móstoles y declarar la guerra por su cuenta a los franceses.
Al final, como todos sabemos, las puertas se cerraron y la guerra se declaró. Hartos de la dejación de sus gobernantes se vieron en la necesidad, como muchas otras provincias españolas, de tomar una decisión y luciendo los zaragozanos una escarapela roja en el sombrero o la solapa, y a gritos de ¡Viva la Virgen del Pilar!, ¡Viva el Rey! (sin saber muy bien cual de ellos pero apostando por Fernando VII), y ¡Muerte a los franceses!; se armaron y decidieron su suerte.
La gesta de Agustina Quimeta, conocida por la historia desde aquel día como Agustina de Aragón y de sobrenombre "La Artillera", es uno de los momentos más esperados de la novela. Las bien detalladas luchas y escaramuzas y el ir y venir de gentes, ciudadanos apostados con sus armas haciendo frente a los soldados franceses, mujeres y niños suministrando piedras, pólvora, comida, atenciones médicas o cualquier cosa que fuese necesario para defender una ciudad que sentían como suya y que ahora se envolvía en llamas y en humo, y de fondo tronaba la artillería sin cesar.
Como ya me ocurrió con Benito Pérez Galdós, el paisaje costumbrista y los personajes corales de esta novela hacen más que interesante su lectura; con ellos se lucha, se padece y se celebran los escasos triunfos como si fuésemos uno más de ellos y me invitan a sumergirme en nuevas lecturas de este periodo. Merece la pena leer este homenaje a la ciudad de Zaragoza y en especial a las mujeres, reales unas y ficticias otras, pero todas llenas del orgullo de haber participado en su defensa.
También tuvieron que aliarse y luchar desde dentro contra los afrancesados establecidos en las logias masónicas y soportar a quienes, como siempre, se creían con más derechos por la simple razón de ser hombres. Pero estas diez mujeres, y muchas más, contribuyeron tanto o más que ellos a desesperar a los ejércitos incapaces de dominar a una población unida como ninguna para conseguir la libertad.
A los ecos de la revuelta del 2 de mayo en Madrid, y sin saber quien reinaba en España o a que constitución hacer caso, el pueblo sólo quería como capitán general y único referente de confianza a Palafox, al cual esperaban de su regreso de Bayona donde había acompañado al rey Fernando VII. Mientras, las primeras divisiones de opinión se iban fraguando en tabernas, asambleas o tertulias en medio de la calle, entre los que estaban dispuestos a abrir las puertas y los que querían imitar al alcalde de Móstoles y declarar la guerra por su cuenta a los franceses.
Al final, como todos sabemos, las puertas se cerraron y la guerra se declaró. Hartos de la dejación de sus gobernantes se vieron en la necesidad, como muchas otras provincias españolas, de tomar una decisión y luciendo los zaragozanos una escarapela roja en el sombrero o la solapa, y a gritos de ¡Viva la Virgen del Pilar!, ¡Viva el Rey! (sin saber muy bien cual de ellos pero apostando por Fernando VII), y ¡Muerte a los franceses!; se armaron y decidieron su suerte.
La gesta de Agustina Quimeta, conocida por la historia desde aquel día como Agustina de Aragón y de sobrenombre "La Artillera", es uno de los momentos más esperados de la novela. Las bien detalladas luchas y escaramuzas y el ir y venir de gentes, ciudadanos apostados con sus armas haciendo frente a los soldados franceses, mujeres y niños suministrando piedras, pólvora, comida, atenciones médicas o cualquier cosa que fuese necesario para defender una ciudad que sentían como suya y que ahora se envolvía en llamas y en humo, y de fondo tronaba la artillería sin cesar.
Como ya me ocurrió con Benito Pérez Galdós, el paisaje costumbrista y los personajes corales de esta novela hacen más que interesante su lectura; con ellos se lucha, se padece y se celebran los escasos triunfos como si fuésemos uno más de ellos y me invitan a sumergirme en nuevas lecturas de este periodo. Merece la pena leer este homenaje a la ciudad de Zaragoza y en especial a las mujeres, reales unas y ficticias otras, pero todas llenas del orgullo de haber participado en su defensa.
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Retos