Sinopsis
"Feliz cumpleaños, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte".
Así comienza el anónimo que recibe Frederick Starks, psicoanalista con una larga experiencia y una vida tranquila. Starks tendrá que emplear toda su astucia y rapidez para, en quince días, averiguar quién es el autor de esa amenazadora misiva que promete hacerle la existencia imposible. De no conseguir su objetivo, deberá elegir entre suicidarse o ser testigo de cómo, uno tras otro, sus familiares y conocidos mueren por obra de un asesino, un psicópata decidido a llevar hasta el fin su sed de venganza. Dando un inesperado giro a la relación entre médico y paciente, John Katzenbach nos ofrece una novela en la tradición del mejor suspense psicológico.
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El argumento nos lo deja bastante claro, vamos a sufrir con Ricky, el psicoanalista Frederick Starks, todas y cada una de las cosas que le vayan sucediendo en el espacio de tiempo que le ha marcado un personaje anónimo. Quince días, o quizá más. Un tiempo en el que viviremos cada segundo con la intensidad de saber que puede ser el último; nuestra ventaja está en el número de páginas al que todavía nos tenemos que enfrentar. Un camino angustioso repleto de cambios emocionales y algún ataque de indiferencia con el resto del mundo que pronto se convertirá en instinto de supervivencia. En la necesidad de saber quién está detrás de la carta recibida y de los siguientes mensajes que van apareciendo en el juego que nos están obligando a jugar.
Porque ahora os puedo decir que ya estáis involucrados y sois parte del psicoanalista.
Lo primero que tendremos que hacer, después de aclarar nuestras ideas, es convertirnos en paciente y empezar a remover el pasado, pensar en todos aquellos a los que tratamos, en un intento por averiguar, a quién arruinamos su vida, quién no quedó contento con el tratamiento, si hubo algún suicidio y algún familiar juró venganza. Un ejercicio de memoria que nos lleva a recordar a hombres y mujeres que pasaron por las sesiones del diván. Todos ellos conforman un amplio abanico que precisan del psicoanálisis.
En este ejercicio, con el que Frederick Starks se psicoanaliza, iremos conociendo muchos detalles de la vida diaria de un profesional, sus métodos de actuación y un mundo de depresiones con las que cualquier otro nos contagiaríamos entrando en una espiral cercana a la locura. El autor maneja nuestra mente como si fuésemos nosotros los que estamos sentados frente a él, llevándonos a un terreno que domina; igual que sus personajes principales que representan diferentes trastornos de la personalidad como el narcisista, el obsesivo-compulsivo o el homicida.
La tensión, el suspense y la incertidumbre de lo que pueda pasar más adelante se van avivando en cada párrafo, con cada carta o comunicación la amenaza se va haciendo más real y cuando se van cumpliendo las primeras advertencias entre personas cercanas a su entorno, la novela entra en una fase donde el ritmo es importante; y éste no decae sino que aumenta, al menos en los latidos acelerados que vas a sentir mientras lees.
Y si te queda alguna duda, no tendrás tiempo de plantearte las preguntas, porque entran en acción una mujer y un abogado que han sido contratados por el misterioso señor R; ella será la encargada de hacerte jugar y de recordarte que sólo tienes dos salidas: o descubrir al hombre que anda detrás de la amenaza o suicidarte. La aparición de un paciente arrojado a las vías del tren le convence de que todo esto va en serio, ya no hay marcha atrás y tendrá que investigar dentro del plazo establecido.
Rumplestiltskin, Virgil o Merlín, son alguno de los nombres utilizados por el autor para su colección de personajes con malas intenciones. Nombres que me han parecido ridículos y que podía haber sustituido por otros; el guiño a otras novelas no me parece que lo justifique. Al menos, sus papeles son correctos y aportan más suspense al relato con sus apariciones.
Una denuncia falsa acorrala al protagonista de tal forma que se verá obligado a tomar la iniciativa en la partida, acudir a la policía, reunirse con su viejo profesor, y definitivamente dar un giro a su vida cuyas consecuencias no tendrá vuelta atrás. Comienza así una novela diferente en la que poco a poco se va estrechando el cerco a base de hipótesis e investigación, pero sobre todo, gracias a un desenlace inimaginable en el que John Katzenbach echa el resto y nos hace ir a la carrera asistiendo a nuevas muertes y a la destrucción del psicoanalista.
En las últimas partes de esta trama comienza un juego sin reglas, "Zorros y sabuesos", donde ambos contendientes luchan por no ser descubiertos y por su supervivencia, por dirigir los pasos del contrario a su terreno a base de señuelos bien colocados. No se puede pedir más y da lo mismo quién resulte vencedor, lo importante es el camino recorrido.
John Katzenbach consigue que nos metamos en la piel del psicoanalista Frederick Starks y vivamos con él a un ritmo trepidante; como si a nuestra vida sólo le quedasen quince días.
Porque ahora os puedo decir que ya estáis involucrados y sois parte del psicoanalista.
Lo primero que tendremos que hacer, después de aclarar nuestras ideas, es convertirnos en paciente y empezar a remover el pasado, pensar en todos aquellos a los que tratamos, en un intento por averiguar, a quién arruinamos su vida, quién no quedó contento con el tratamiento, si hubo algún suicidio y algún familiar juró venganza. Un ejercicio de memoria que nos lleva a recordar a hombres y mujeres que pasaron por las sesiones del diván. Todos ellos conforman un amplio abanico que precisan del psicoanálisis.
En este ejercicio, con el que Frederick Starks se psicoanaliza, iremos conociendo muchos detalles de la vida diaria de un profesional, sus métodos de actuación y un mundo de depresiones con las que cualquier otro nos contagiaríamos entrando en una espiral cercana a la locura. El autor maneja nuestra mente como si fuésemos nosotros los que estamos sentados frente a él, llevándonos a un terreno que domina; igual que sus personajes principales que representan diferentes trastornos de la personalidad como el narcisista, el obsesivo-compulsivo o el homicida.
La tensión, el suspense y la incertidumbre de lo que pueda pasar más adelante se van avivando en cada párrafo, con cada carta o comunicación la amenaza se va haciendo más real y cuando se van cumpliendo las primeras advertencias entre personas cercanas a su entorno, la novela entra en una fase donde el ritmo es importante; y éste no decae sino que aumenta, al menos en los latidos acelerados que vas a sentir mientras lees.
Y si te queda alguna duda, no tendrás tiempo de plantearte las preguntas, porque entran en acción una mujer y un abogado que han sido contratados por el misterioso señor R; ella será la encargada de hacerte jugar y de recordarte que sólo tienes dos salidas: o descubrir al hombre que anda detrás de la amenaza o suicidarte. La aparición de un paciente arrojado a las vías del tren le convence de que todo esto va en serio, ya no hay marcha atrás y tendrá que investigar dentro del plazo establecido.
Rumplestiltskin, Virgil o Merlín, son alguno de los nombres utilizados por el autor para su colección de personajes con malas intenciones. Nombres que me han parecido ridículos y que podía haber sustituido por otros; el guiño a otras novelas no me parece que lo justifique. Al menos, sus papeles son correctos y aportan más suspense al relato con sus apariciones.
Una denuncia falsa acorrala al protagonista de tal forma que se verá obligado a tomar la iniciativa en la partida, acudir a la policía, reunirse con su viejo profesor, y definitivamente dar un giro a su vida cuyas consecuencias no tendrá vuelta atrás. Comienza así una novela diferente en la que poco a poco se va estrechando el cerco a base de hipótesis e investigación, pero sobre todo, gracias a un desenlace inimaginable en el que John Katzenbach echa el resto y nos hace ir a la carrera asistiendo a nuevas muertes y a la destrucción del psicoanalista.
En las últimas partes de esta trama comienza un juego sin reglas, "Zorros y sabuesos", donde ambos contendientes luchan por no ser descubiertos y por su supervivencia, por dirigir los pasos del contrario a su terreno a base de señuelos bien colocados. No se puede pedir más y da lo mismo quién resulte vencedor, lo importante es el camino recorrido.
John Katzenbach consigue que nos metamos en la piel del psicoanalista Frederick Starks y vivamos con él a un ritmo trepidante; como si a nuestra vida sólo le quedasen quince días.
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